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Romper el círculo: No es tan fácil como la película
por: Mónica Luján
Cuando se estrenó “Romper el círculo” (It Ends with Us), la película que reventó taquilla el 2024 y dio mucho que hablar en las Redes Sociales, especialmente en Tik Tok, generó en mí gran curiosidad y expectativa. Así que ni bien se estrenó en mi país fui a verla, ya que la trama me toca de forma muy personal y profunda.
No pretendo poner en tela de juicio la interpretación de los actores o el tema de su disputa legal. Mi punto es sobre la propuesta que en sí tiene el filme que está basado en el libro que lleva el mismo nombre. Pero, sí quiero contarles lo decepcionada que me sentí y es que sí se decidió abordar este tema y lo que se buscaba era reflexionar profundamente sobre la violencia, entonces se debía acercar a lo que mínimamente viven las mujeres y los hombres que sufren o han sufrido con este tipo de violencia.
Si bien, la película está bien lograda, en algunos sentidos, como, por ejemplo, cuando casi hacia el final se muestra que los “eventos” o “accidentes”, que le sucedieron a ella no fueron precisamente accidentes, si no que fue la forma como ella los justificaba ante los demás y, lo que es peor, para consigo misma. Sin embargo, mi enojo o frustración se debió a que cuando ella decide dejarlo (aun amándolo) porque sabe que nada va a cambiar, o que en todo caso iba a empeorar, él simplemente la comprende, baja la cabeza y sale de la habitación. Diría que se lo veía prácticamente derrotado y empático con la decisión de ella. Y aquí quiero preguntarles a quienes han vivido situaciones similares: ¿realmente fue así de fácil dejarlo? ¿Existe la posibilidad de marcharse fácilmente?
Me preguntaba por qué tantas mujeres pueden terminar en relaciones violentas, incluso aquellas que no crecieron en hogares donde hubo maltrato o el hecho de que sean personas que tuvieron a una educación y oportunidades, incluso privilegiadas. A veces creemos que la violencia está ligada a un contexto de carencias, pero la realidad es mucho más compleja. La violencia se cuela en cualquier historia, en cualquier hogar, sin importar los estudios, el trabajo o los logros de quien la sufre.
Recuerdo también haber conversado con una psicoanalista, que admiro mucho, que el problema de la violencia no es que el primer día te dañan la autoestima o que en un corto tiempo se atreven a darte un golpe, es un tema que se podría decir que funciona a escala. Luego de adquirir un poco de confianza, suele llegar un comentario como:
¡Ay que eres tonta!
¡No te quedan bien las faldas!
¡No sirves para nada!
Y así de forma cada vez más frecuente con comentarios muy hirientes, degradantes y cada vez más agresivos, pero con una naturalidad casi impalpable es que logran devorar tu seguridad.
Como sea y cualquiera que sea el camino que el abusivo tome, muchos de estos casos derivan en violencia física, pero muchas veces la violencia es solo verbal, pero el daño psicológico es muy grande, llegando a adormecer a la víctima, sí, a adormecerte tanto que incluso si tu entorno percibe que algo no anda bien, es una misma quien se encarga de decirles que “todo está bien”.
Un aspecto importante que se da en las relaciones donde hay mal trato es algo que alguna vez había leído y que es muy frecuente escuchar: “¡Yo a la primera lo dejo!”. Pues la primera vez no es evidente, no funciona así, generalmente sucede, como ya mencioné, que es un tema progresivo, amén del vínculo amoroso que ya se tiene con esa persona, y es que hay un tema mucho más profundo y mental detrás de esto que se conoce como “la eterna luna de miel”. Ajá, así como leen, pero ¿de qué se trata esto?, pues que el maltratador, al menos en las primeras oportunidades, muestra tanto, pero tanto arrepentimiento de haberte agredido que de repente la verdadera agredida pasa a sostener al “arrepentido” y viene el perdón, los buenos momentos, el idilio y, por supuesto, todo con la promesa del cambio, hasta el siguiente episodio y es ahí cuando se cae en el círculo.
En fin, son muchas aristas las que trae consigo la violencia, pero el tema que a me llevó a escribir sobre esto es que es un tema tan profundo, tan frecuente, pero sobre todo tan traumático, porque el agresor no deja ir a su presa tan fácilmente como se ve en la película.
El momento que la víctima decide irse; cuando realmente decide salir de esto y romper el círculo, es cuando comienza la segunda de las peores pesadillas. Dejar a una persona que te tiene sometida no es tarea fácil, de hecho, el momento que el agresor ya sabe que no tiene más el control y que no volverás, es cuando comienza el otro calvario. Y ahí comienzan las amenazas: “te voy a quitar a mis hijos”, “me voy a matar, si me dejas”, “te voy a dejar en la calle”. Y ni qué decir de las que murieron en el intento. Pero, para las que lograron salir, llegan luego otras formas de castigos: la económica, la legal, etc.
Por ello, es urgente que entendamos cómo es que se abre paso la violencia y es que empieza —con flores, con amor, con promesas— y de una forma sutil avanza, y así te devora, te anula y te borra. Entonces, imagínense lo que esa mujer, llena de miedos y con la autoestima hecha pedazos, necesita atravesar para sobrevivir, para reconstruirse, para sanar.
Recientemente, vi el caso de la argentina Priscila Sand que se hizo viral y ahí se tiene un ejemplo de violencia extrema, sin límites y lo que es peor es que la está ejerciendo un hombre que ya tenía 12 denuncias de violencia y jamás procedió ni una de ellas. Y, de paso, no sé si es más enfermo el agresor o los hates (odios) que se leen en Redes y que increíblemente son las otras mujeres, las autoras. En uno de los videos en los que ella, casi rota, llena de miedo, en pánico diría, pide a los jueces que no negocien a su hijo de 9 meses, y ahí una mujer comenta: “lo debe tener bien merecido”. Me vomito.
Y sí, también existen mujeres violentas, y también hay hombres que son víctimas. Lo sé. Pero eso no cambia una verdad esencial: la violencia, venga de donde venga, es una pesadilla para quien la vive, pero como toda pesadilla, se puede despertar de ella: con dolor, con valentía (que ni sé de dónde surge), con ayuda… pero se puede. Luego toca reconstruirse. Y también —sí, también— volver a creer en el amor, en vínculos sanos y seguros, en una vida distinta, porque sí existe.